La toma de tierras puede y debe detenerse
Nos llena de angustia y dolor, las imágenes de personas con pequeños a su lado en improvisados campamentos sobre espacios carentes de servicios, que son “tomados”.
Sobre las “tomas” circulan todo tipo de mitos, pero sencillamente son el resultado en porcentajes variables de necesidad y manipulación. Negar cualquiera de los dos extremos, es desconocer la profundidad del problema.
La paradoja es que no solo es posible resolver la cuestión, sino que su resolución podría ser parte de un programa de desarrollo (real).
Espera tratamiento en la Comisión de Vivienda y planificación urbana de la Cámara de Diputados, un proyecto para que el gobierno federal asista a las localidades de menos de 300.000 habitantes en la generación de “suelo urbano”. El recorte arbitrario tiene que ver con buscar consolidar las ciudades “no metropolitanas” Generar un lote con servicios y asignarlo con las formalidades de Ley (generando pertenencia a través de la condición propietaria) puede costar entre la mitad y una décima parte de su valor de mercado, según la ciudad.
Con un sencillo programa financiero y un mecanismo transparente de reserva de una parte pequeña del suelo urbano generado en favor del sector público, se puede concretar un probado circuito de integración y pacificación social.
Es bueno para las familias, para la planificación, para la economía local, para las empresas de servicios públicos, para la integración social.
Quienes son participes de las tomas, desean ser propietarios, tener las garantías de no ser arbitrariamente molestados, y están dispuestos (mayoritariamente) a invertir una parte de sus ingresos para lograrlo.
Nota de opinión de Fabio Quetglas en Clarín