No seremos más justos si no somos más prósperos

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Nuestro debate económico “real” no circula entre “liberalismo” y “socialismo“, a pesar de hacer uso abusivo de esos términos. Y no es por ser vanguardistas. No discutimos qué aspectos de la economía deberíamos liberar a la competencia y cuáles regular (y por qué), o si conviene generar agencias de intervención económica, o cómo el sistema fiscal mejora o empeora la distribución del ingreso, etc. Esos son los debates recurrentes en las sociedades con buen desempeño económico. Sobre todo, no estamos dispuestos a constatar datos y elementos de contexto que nutran la conversación. Tentados por vencer, no asumimos el desafío de ser pragmáticos.

Alguien definió la economía como “la ciencia de la escasez” y se supone que la gestión del conocimiento económico debe contribuir a generar riqueza y a pensar cómo ésta satisface necesidades humanas. Tenemos muchos prejuicios para hablar seriamente de la riqueza: sostenemos posiciones hipócritas, reduccionistas, pendulares u oportunistas. Es raro conversar de economía sin valorar en toda su dimensión la riqueza. Es más fácil hablar de “luchar contra la pobreza” soslayando que, para hacerlo, debemos ampliar nuestra base de recursos y capacidades disponibles.

Nota de opinión de Fabio Quetglas en La Nación

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