Es necesario hablar de orden, sin prejuicios y sin ambigüedades

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Es necesario dejar de mirar para otro lado. Tenemos que hablar de orden, sin prejuicios y sin ambigüedades. Una parte de la angustia que vive la sociedad, está asociada a la incertidumbre de no saber qué va a pasar, y otra parte (no menos traumática), por verse desbordada por lo que está pasando. La pérdida de los sentidos de previsibilidad y orden se ha instalado. En el caso argentino, no se trata de la reacción frente a la volatilidad tecnológica sino de cuestiones cotidianas: los precios, el funcionamiento de los servicios públicos, la disponibilidad de energía, la posible interrupción del tránsito urbano o la incertidumbre de poder acceder a un insumo importado.

No es necesario denunciar una condición anárquica, ni exagerar, para darse cuenta de que se trata de una falta sentida. Las personas asocian el orden institucional no solo a que las cosas ocurran de un modo dado, sino también a la posibilidad de prepararse frente a los cambios, dando por sentado que quienes gestionan lo público poseen recursos y capacidades para adelantarse a sucesos, comunicar adecuadamente, facilitar transiciones, etc. En esa lógica el orden y el cambio son complementarios, no opuestos. Nadie en el planeta puede dar garantías de cómo se va a desenvolver el futuro, pero renunciar a la construcción de un orden que sea una referencia constituye una claudicación respecto de una de las finalidades esenciales del Estado. Una cosa es prepararnos para vivir en un mundo incierto, otra muy distinta es alimentar la incertidumbre como modo de gestión.

Nota de opinión de Fabio Quetglas en La Nación

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