¿Cómo deconstruir al populismo?

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El auge populista tiene múltiples causas, pero inequívocamente expresa una denuncia (rústica y de consecuencias negativas), acerca del funcionamiento de las instituciones democráticas.

El imaginario centrado en la exaltación del liderazgo, la reivindicación de alguna forma de supremacía nacional, la presión a las instituciones desde la movilización callejera, el asedio sobre los órganos de control, el cuestionamiento del marco constitucional, la polarización social, la politización de la vida cotidiana y el uso de políticas públicas como forma de construcción de legitimidad, ha configurado con distinta intensidad un modo de gestionar el poder en las últimas dos décadas en muchas sociedades. No nació de un repollo. Crisis agudas y desconfianza creciente han alimentado una perspectiva política elemental que al mismo tiempo asigna un rol relevante a nuevos sujetos.

Ese imaginario, es también una cultura, que da por supuesto que el poder político es responsable absoluto de la felicidad de las personas, que establece muy asiduamente una especie de “moral oficial”, y que no reconoce plenamente a los gobiernos alternativos a su ideología.

Nota de opinión de Fabio Quetglas en Clarín

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