Nota de opinión de Fabio Quetglas en La Nación
Estamos caros. El índice Big Mac, elaborado por la revista The Economist para medir ese aspecto de la economía, nos ubica en segundo lugar, solo por detrás de Suiza. Esto también se puede verificar viendo la escasísima presencia de turistas extranjeros y, en sentido contrario, el aluvión de argentinos en países limítrofes aprovechando las vacaciones para proveerse de ropa, calzado y electrodomésticos.
No es una sensación. Los informes del Banco Central de la República Argentina muestran desde el pasado mes de junio un saldo negativo persistente –no ocasional– en la cuenta corriente externa. Esos registros han empezado a ser deficitarios antes de la caída de los precios internacionales de nuestros productos de exportación y de la devaluación de 20% del real brasileño, aun con importaciones bajas por la recesión de 2024. Además, en diciembre de 2024, incluso se dio vuelta el balance de bienes, después de una larga temporada con números superavitarios.
Resolver este problema no es sencillo, menos aún en la Argentina. No estamos proponiendo una devaluación, pero sí sincerar el debate económico. Todo el tiempo que demoremos en atender esta cuestión tiene un costo indudable para nuestras empresas productoras de bienes transables. Traducción: actividad industrial y empleos en riesgo.
A pesar de la sensación de urgencia, las dilaciones pueden tener muchas razones: 1) por convicción: algunos creen que la política económica es solo terminar con el déficit fiscal; 2) por cálculo político, al dilatar cualquier medida hasta pasadas las elecciones, o 3) por incapacidad (o falta de intencionalidad) de registrar este dato como problemático.